5.4.06

La Caballeria andante del Precariado

“Se instituyó la orden de los caballeros andantes, para defender a las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y menesterosos”. Don Quijote de la Mancha. Miguel de Cervantes.
En un lugar de la Bota italiana, de cuyo nombre no quiero acordarme, viven unos caballeros de militancia probada, pelambreras escasas y canosas, con experiencias carcelarias y solvencia intelectual. Más cerca de los sesenta que de los cincuenta, incluso sobrepasándolos, cargados de años, estos caballeros alguna vez fueron jóvenes y participaron en la gran batalla del asalto proletario a los cielos, allá por los años setenta del pasado siglo. Tras la derrota fueron encerrados en las mazmorras del Estado, o emprendieron el camino forzado del exilio. Con una desmedida afición a leer, pensar, escribir y a pasear por las nubes, disponiendo de horas de sobra debido al obligado confinamiento, les dio por inventar realidades alucinatorias, o lo que es lo mismo: comenzaron a mirar y a decir la realidad desde sus propias atalayas.
Al tiempo que siguió a los “años de plomo” se le llamó década de la reconversión: nueva organización del trabajo -facilitada por el dominio tecnológico- para reconvertir la clase trabajadora en individuos sometidos a un mercado laboral fragmentado en mil pedazos, con intereses dispares y corporativos. Una clase que perdió su cultura emancipatoria, la capacidad de erigirse en el centro político de un movimiento subversivo, y la de encarnar al sujeto revolucionario. El suelo de las convicciones más profundas se hundió; perdidas las escaleras, la gente sólo tenían brochas para agarrarse. La fábrica como fortaleza obrera, como buque insignia de la guerra de clases fue tocada y hundida. Con Marx, más allá de Marx, releyeron el “Fragmento sobre las máquinas” de los Grundrisse:
“El robo del tiempo de trabajo ajeno sobre el cual se apoya la actual riqueza se presenta como una base miserable respecto a esta nueva base (el sistema de máquinas automatizadas) que se ha desarrollado mientras tanto, siendo creada por la misma gran industria. Apenas el trabajo en forma inmediata ha cesado de ser la gran fuente de la riqueza, el tiempo de trabajo cesa y debe cesar de ser su medida, y por consiguiente, el valor de cambio debe cesar de ser la medida del valor de uso”.
Entre los barrotes de la cárcel los hidalgos caballeros encontraron la tabla de salvación donde sujetarse. En el último tercio del siglo XX, ya se podía constatar como realidad empírica la intuición marxiana del “Fragmento”, por el cual, el saber abstracto -que alimenta el aparato tecnocientífico- se convierte en la principal fuerza productiva. Marx lo llama el general intellect. Desde entonces, la contradicción entre un proceso productivo que gira en torno al conocimiento (la principal máquina herramienta es el cerebro) y la unidad de medida de la riqueza coincidente con la cantidad de trabajo incorporada a la mercancía o el servicio, sólo puede llevar al “derrumbe de la producción basada sobre el valor de cambio” y, por lo tanto, al “comunismo”. Eso decía un Marx tecnófilo hijo del Progreso y a ello se apuntaron sus epígonos italianos, añadiéndole al determinismo económico otra forzada determinación: la del sujeto o de los sujetos encarnados en la multitud. Si para Marx el desarrollo de las fuerzas productivas nos llevaría a las puertas del comunismo, la alucinación post-operaísta italiana consiste en sustituir la desmantelada lucha de la clase obrera por la multitud como sujeto político de la lucha de clase; “la clase de las singularidades productivas, la clase de los obreros del trabajo inmaterial” (Negri). A rey muerto, rey puesto; el proletariado será sustituido por el precariado, destacando como actores principales los trabajadores del conocimiento y las comunicaciones, para los que se han inventado un palabro que suena a pedrada: cognitariado.
Marx supo ver, en las primeras andanzas de la automatización industrial, el desplazamiento de la “generación” de riqueza desde el trabajo manual a la máquina dirigida por el saber abstracto; pero este corrimiento no cuestiona su aportación central a la teoría del valor, que siempre funcionó a la “pata coja”: para él, la fuente de toda riqueza es el trabajo no la naturaleza. Así se explica la progresiva degradación ambiental del planeta conforme la automatización del proceso productivo se ha convertido en el hecho dominante; es el triunfo rotundo de la tecnología, del general intellect. Dicho saber abstracto organizado y dirigido por el Estado y las empresas (escuelas, institutos, universidades, laboratorios, etc.) precisa de la sabiduría popular y de la cooperación social, de una movilización general para su funcionamiento. Y es en la cooperación social, en dicha relación donde los hidalgos italianos observan el tránsito de subjetividades latentes, que de forma determinante pueden cambiar el signo de las dominaciones. En esta visión alucinatoria, el Imperio es la última forma de dominio para contener a un desbordante comunismo.
El capitalismo industrial, en sus primeros pasos, logró arrebatar a los artesanos la dirección de su trabajo obligándoles a cómo y qué producir. El conocimiento de un oficio, fruto del saber social de varias generaciones y de años de aprendizaje fue relegado, puesto a disposición de los jefes de producción, los ingenieros y el personal directivo. El saber social dominado por un saber abstracto era todavía la fuente principal de conocimiento, y estaba ligado de forma imprescindible a la fuerza de trabajo. Con la mecanización y automatización el obrero de oficio es despojado de sus habilidades y saberes, el aparato tecnológico que dirige la producción puede prescindir de ellos: la máquina sustituye a la mano de obra, el saber social es aprehendido, subsumido y dirigido por el capital. Si en siglos anteriores, la pérdida de bienes comunales y la extensión del trabajo asalariado provocaron la merma de autonomía de la gente, la tragedia del siglo XXI es la proletarización del conocimiento; un dominado general intellect convertido en la principal fuerza productiva del capitalismo postfordista. Sin embargo, lo que nos puede parecer a simple vista una cadena formada por duros eslabones -general intellect, aparato tecnológico y forma-Estado-, capaces de garantizar el dominio capitalista como el medio ambiente de la vida que nos obligan a vivir, para los viejos hidalgos y sus jóvenes seguidores, ese general intellect “es la base material para acabar con la sociedad de la mercancía y con el Estado” (Virno).
La realidad que nos impone el capital es dura y cruel; la soledad, los miedos y la tristeza perfilan un horizonte, no de futuro, si no de eterno presente. Va perdiendo fuerza la venta de esperanza, de paraísos, les basta con hacer navegable la nave, el planeta, el capitalismo; de ahí la importancia de la sostenibilidad, la eterna plegaria de los que viven con cierto acomodo en tiempos de zozobra: ¡Dios mio, por lo menos que me quede como estoy! Si no gusta esta realidad puede combatirse, pero nunca reinventarla con fantasías de caballeros andantes: los molinos son molinos y los gigantes, gigantes. El general intellect es lo que es, no lo que nosotros quisiéramos que fuera. Una cosa es el saber social fruto de las experiencias de la vida puestas en común (habilidades, técnicas, errores, aciertos, conocimientos, afectos, sentimientos, expresiones...) y otra el bautizado por Marx como general intellect, creador y a su vez criatura del aparato científico- tecnológico, que precisa para su voraz alimentación de la sabiduría popular.
Dos siglos de general intellect al servicio de la (re)producción capitalista han socavado las bases materiales del saber social: los vínculos sociales de las comunidades humanas y las relaciones de interdependencia y conocimiento con el medio natural donde habitan. Saberes ligados a las características de las cuencas físicas -al suelo, el agua, el clima-; saberes aprendidos con los cinco sentidos; saberes acumulados para vivir, no sólo para trabajar; saberes en el que la gente enseña y aprende, en el que la información y el conocimiento de poco sirven si no nos hacen más sabios; saber que no es tal si no se comparte, que no se obtiene sin el vínculo de la cooperación social. Con el saber abstracto y sus aplicaciones tecnológicas los vínculos sociales de la gente que hacen comunidad han ido desapareciendo, y lo que es peor, sustituidos por otros basados en el miedo, en la demanda de seguridad; vínculos directos y voluntarios entre el individuo y el Estado. El conocimiento del hábitat humano, de sus particularidades y limitaciones, del saber que nos aporta han sido reemplazados en dos centurias por la enseñanza reglada, los expertos y un aparato técnico-científico al servicio de una producción que no conoce límites, en tanto que producción de una relaciones sociales de dominio. La peor de las pesadillas es la que nos enfrenta al espejo y en él vemos reflejadas las armas del enemigo que son las nuestras. La época triunfadora del general intellect no es una fiesta (ningún tiempo anterior lo fue) por mucho que se empeñen, desde sus respectivas atalayas, los postmodernos capitalistas o los neo-operaístas de las multitudes; tras su implantación, como un paseo militar por la historia, va dejando a su paso millones y millones de vidas precarias.
Lejos de ser una construcción política del capital, el general intellect convertido en la principal fuerza productiva en el postfordismo, a los ojos de la caballería andante del precariado, es el fruto más preciado de la subjetividad social. Al determinismo económico marxiano se le añade el determinismo de la subjetividad. Demasiado peso para cualquier alforja. En el mundo de los sentimientos y los deseos suele alojarse la “irreductible” subjetividad humana. Sentimientos individualizados e irrefrenables, deseos infinitos que hacen de cada persona un mundo. La subjetividad, dicen, es irreductible porque forma parte de la condición humana. Y la intersubjetividad se produce mediante las relaciones sociales que se establecen entre los seres humanos. No hay que olvidar que las personas son seres sociales. Pero las relaciones sociales, los vínculos que se crean también pueden ser obras del poder, moldeando los sentimientos y deseos personales, incluso la capacidad de pensar. Cuando expresamos amor a otra persona, nuestra forma de comportarnos ¿cuanto debe a la factoría cinematográfica ? Y los deseos ¿parten exclusivamente de nuestro fuero interno, o los fabrica la publicidad? Criados en la respuesta binaria del ordenador a todas las preguntas, ¿cuanto tiempo tardará el pensamiento humano en dejar de ser como un árbol frondoso de infinitas ramas?
Tienen algo en común los abanderados de las multitudes y los sujetos irreductibles, con aquellos que sitúan la domesticación del sujeto como hecho probado tras el dominio tecnológico. Tecnófilos y tecnófobos añoran a la clase obrera portadora por excelencia del sujeto revolucionario en el pasado siglo XX. “Si el capital ha puesto la vida a trabajar, el ámbito de la producción abarca al conjunto de la reproducción social, por lo que el trabajo no ocupa ya en el centro sino que lo es todo; el sujeto se hace plural, la clase obrera deviene en multitud”. Esta es la cantinela, el rosario de cuentas que acompaña al rezo de la nueva caballería andante. La añoranza del proletariado también resuena en la crítica libertaria o situacionista adornadas con plumajes tecnófobos, que certifican la domesticación obrera a manos de la tecnología y auguran un negro por-vernir. Pero todavía sueñan con que algún día el buen salvaje se rebele y deje de ser fiera amaestrada; es por ello que en su rancia escritura los términos masas y proletariado permanecen. Más allá de la domesticación de una clase social, a lo que asistimos es a la desaparición de ella, de sus cultura, lazos e intereses comunes. El oprobio, la explotación y el dominio social continúan, pero el trabajo ha perdido su centralidad política, ha dejado de ser EL LUGAR donde afloran las subjetividades, el espacio por excelencia para agregarse y plantar cara al capital. El trabajo material o inmaterial, en la fábrica, en la oficina o en casa ha dejado de ser el centro de nuestras vidas; lo que prima hoy es la realización personal en el marco de un proyecto común en el que aspiramos a estar incluidos, aunque tengamos que forzarnos constantemente luchando contra la exclusión que es la muerte. El capital quiere confundirse con la vida y el general intellect funcionar como su sistema nervioso.
En la vieja caballería andante del proletariadocabalgamos juntos siendo jóvenes y autónomos, pero hace muchos años que nos quedamos sin proletariado. Algunos viejos compañeros decidieron sustituir proletariado por precariado, e incluso señalar como vanguardia al cognitariado, palabro horrendo que quiere designar a los que curran con el intelecto en situaciones laborales precarias. A los viejos compañeros de viaje le salen franquicias jóvenes con discursos ininteligibles para la mayoría de las personas, lo que les hace parecer vanguardias, cuando sus alternativas para hoy (renta básica, ciudadanía universal, software libre, etc...) son el equivalente a las propuestas social-demócratas de finales del siglo XIX, acompañadas por ensoñaciones de molinos y gigantes. Nuevo y vistoso embalaje par el viejo chocolate del loro. Tamaña son las ensoñaciones, que un histórico compañero italiano de visita por la capital del Reino, se atrevió a definir lo ocurrido entre el 11 y el 14 de marzo de 2004, como la “Comuna de Madrid”, no se si “fumado” o “alegrado”sus oídos por las nuevas franquicias. Que yo sepa, en dichas fechas, nadie disparó sus fusiles contra el reloj de la Puerta del Sol.
Es hora de hablar, de gritar para que no nos confundan: no creo en el precariado, ni en la multitud como nuevo sujeto revolucionario o histórico de un proceso constituyente; no creo en nada, ni mantengo esperanza para alcanzar otros mundos posibles. Vivo en condiciones precarias y por eso odio la vida lo que me provoca un malestar que me obliga a luchar, y en esa lucha, soy feliz con los amigos. Puede parecer poco pero es mucho.
Granada, julio-septiembre de 2004.

3.4.06

¿Del salariado al precariado?


Resumen de artículos de Evelyne PERRIN (AC!, Stop Précarité) *
Desde hace quince o veinte años, la importante conmoción que ha sacudido violentamente la economía y al empleo en Francia y otros países, ha entrañado una transformación en profundidad del mundo salarial del período fordista. Hemos asistido a una lenta aunque segura revisión del modelo de empleo “para toda la vida” con contrato indefinido a tiempo completo y de las carreras de larga duración en el seno de las empresas, modelo que aseguraba una movilidad social ascendente. Hoy, es la progresión constante de las formas de empleo llamadas especiales, tiempo parcial obligado, contratos de tiempo determinado y de interinidad lo que caracteriza el nuevo acceso en el mercado de trabajo.
Según la encuesta de empleo del año 2003 del INDEE, habría 428.000 interinos, es decir el 2%, de 25,1 millones de trabajadores, casi 2 millones de CDD, el 9%, y 273.000 aprendices, el 1,3%, por tanto el 12,5% de los trabajadores no disponen mas que de un estatus precario, es decir, solo cuentan con ingresos aleatorios y sus horizontes de vida son a corto plazo...
Luchas de precarios y compromiso
Los trabajadores, principalmente los jóvenes, supeditados a normas de trabajo flexible y de degradación de su estatuto de trabajo se ven cada vez mas obligados a defenderse y organizarse no solo en el seno de los sindicatos, sino también al margen de ellos, creando sus propios instrumentos de lucha. En efecto, los sindicatos se debilitan por el incremento de las llamadas formas especiales de empleo (CDD, interinos, cursillos, tiempo parcial de aprendizaje), y la inestabilidad y la movilidad que ello conlleva para los trabajadores, por la disgregación de los colectivos de trabajo, la rotación contractual, el miedo a la no renovación del contrato o la tarea, y también por sus propias dificultades para representar y defender a los trabajadores precarios debido a la carencia de un proyecto coherente de renovación de garantías colectivas de los trabajadores.
Así, en las luchas recientes de los trabajadores de comida rápida, del comercio o de la limpieza, los empleos jóvenes o los discontinuos del espectáculo aparecen colectivos de afiliados, coordinadoras entre afiliados y no afiliados, comités de apoyo ad hoc, que agrupan a los militantes de diversos sindicatos y asociaciones sobres bases interprofesionales e interasociativas. Estos colectivos o comités se adelantan al trabajo sindical, y a veces lo sustituyen o le sirven de aguijón. Al mismo tiempo, estos contribuyen a renovar las lineas de acción de los trabajadores e ilustran la crisis de las formas de afiliación tradicionales y de organización sindical y política que las reproducen.
Movilizaciones de precarios del comercio, comida rápida y limpieza
En los años 2000-2003 se ha dado en la región parisina una fuerte combatividad puesta de manifiesto en huelgas masivas y mediatizadas por los trabajadores que se designan como “precarios” en diferentes sectores tales como el comercio, la comida rápida o la limpieza. Tras el vocablo común de “precarios”, la situación de los agentes referidos, su condición de precariedad es muy diferente y también las razones por las que entran en la lucha. A pesar de ello, las uniones entre estas luchas se han producido, y una cierta “conciencia de clase” común a parecido emerger en algunas ocasiones. Al mismo tiempo las similitudes han aparecido en las formas de lucha, principalmente con el nacimiento de los comités de apoyo exteriores muy importantes y continuos.
Querríamos desarrollar los resortes específicos de estas diferentes luchas, exponer las razones que puedan explicar su decisión y su duración, y tratar de despejar las características comunes que hemos podido observar, en los registros de acciones de movilización, y las relaciones de los huelguistas con los apoyos exteriores, sindicatos y comités de apoyo.
Las múltiples facetas de la precariedad
Como bien ha demostrado Serge Paugam, el sentimiento de precariedad puede existir bajo una variedad de estatuto de empleo. Esta es muy evidente en el caso de un trabajador interino o con CDD por razón de la brevedad de su contrato o su tarea y de la incertidumbre del futuro que conlleva, un trabajador con CDI a tiempo parcial se sentirá precario por el hecho de la insuficiencia de su salario. La rotación contractual erigida en sistema de gestión de la mano de obra por numerosas empresas crea también un sentimiento de inseguridad profesional. Por ultimo, como hemos podido comprobar en las recientes huelgas de los trabajadores del comercio con CDI a tiempo completo el sentimiento de ser precario puede nacer del sentimiento de la perdida de categoría y de infravalorización profesional unida al desfase entre los diplomas y las competencias y la remuneración o el reconocimiento de la cualificación.
Esto entraña la difusión de un sentimiento de precariedad entre numerosos trabajadores con estatutos muy diversos, desde el mas diplomado que puede haber elegido una cierta precariedad digamos satisfactoria, al trabajador de origen inmigrante reciente que se encuentra desempeñando un empleo de limpieza en el puesto mas bajo de la jerarquía salarial, pasando por el trabajador de Mc Do con CDI a tiempo parcial y por un empleado de la FNC con CDI a tiempo completo pero remunerado en torno al SMIC.
La precariedad laboral es un obstáculo importante para la afiliación sindical y la movilización colectiva: cuando estamos temporalmente en una empresa, apenas tenemos tiempo de sindicarnos, aceptamos las condiciones de trabajo sin rechistar, y cuando tenemos un CDD y esperamos un CDI, o en interinidad, puede ser peligroso afiliarse o mostrarse reivindicativo. Además la precariedad se asocia a menudo cualificaciones bajas y a un mínimo capital social.

* Traducción de Soledad Pérez