Durante estos últimos veinte años la cuestión del lenguaje ha dominado los sistemas teóricos, las ciencias llamadas humanas y ha penetrado en las discusiones políticas de los movimientos de lesbianas y de liberación de las mujeres. Se trata de un campo político importante en el que lo que se juega es el poder ─o más bien un entrelazamiento de poderes porque hay una multiplicidad de lenguajes que producen constantemente un efecto en la realidad social. La importancia del lenguaje en cuanto tal como cuestión política sólo ha aparecido recientemente (los griegos clásicos sabían no obstante que sin el dominio de las técnicas oratorias no hay poder político, sobre todo en una democracia).
El desarrollo gigantesco de la lingüística, la multiplicación de las escuelas, la aparición de las ciencias de la comunicación, la tecnicidad de los metalenguajes que estas ciencias utilizan, constituyen síntomas de la importancia de esta cuestión política. La ciencia del lenguaje ha invadido otras ciencias como la antropología con Lévi-Strauss, el psicoanálisis con Lacan así como todas las disciplinas que trabajan a partir del estructuralismo.
La primera semiología de Roland Barthes casi consigue escapar de la dominación de la lingüística para constituirse en análisis político de los diferentes sistemas de signos, poniendo en relación tal sistema de signos ─por ejemplo, los mitos de la clase pequeño burguesa─ y la lucha de clases del capitalismo, cuya veladura dicho sistema tiene como efecto. Podíamos creernos salvados porque la semiología política constituye un arma (un método) preciso para luchar contra la ideología. Pero el milagro no duró mucho. Más que introducir en cierto modo en la semiología conceptos que le son extraños ─en este caso, conceptos marxistas─ Barthes considera ahora que la semiología no es sino una rama de la lingüística y que su objeto es el lenguaje.
Así el mundo entero es un gran registro en el que vienen a inscribirse los lenguajes más diversos, como el lenguaje de la moda, el lenguaje del inconsciente, el lenguaje del intercambio de las mujeres en el que los seres humanos son literalmente los signos que sirven para la comunicación. Estos lenguajes o más bien estos discursos se ensamblan unos con otros, se interpenetran, se apoyan, se refuerzan, se autoengendran y engendran otros. La lingüística engendra la semiología y la lingüística estructural, la lingüística engendra el estructuralismo, el cual engendra el inconsciente estructural. El conjunto de estos discursos levanta una cortina de humo ─de ruido y confusión─ para los oprimidos, que les hace perder de vista la causa material de su opresión y los sume en una suerte de vacío ahistórico.
Porque estos discursos dan de la realidad social una versión científica en la que los humanos son dados como invariantes, no afectados por la historia, no trabajados por conflictos de intereses y de clase, con una psique idéntica para cada uno al estar programada genéticamente. De igual modo, al no estar afectada por la historia ni trabajada por los conflictos de clase, esta psique provee a los especialistas desde el comienzo del siglo XX todo un arsenal de invariantes: el célebre lenguaje simbólico que tiene la ventaja de funcionar a partir de poquísimos elementos ya que los símbolos que la psique produce "inconscientemente" son muy poco numerosos. Resultan, pues, por vía de teorización y de terapia, muy fáciles de imponer al inconsciente colectivo e individual. Con lo que se nos enseña que el inconsciente tiene el buen gusto de estructurarse automáticamente a partir de estos símbolos/metáforas, por ejemplo el Nombre del Padre, el complejo de Edipo, la castración, el asesinato o la muerte del padre, el intercambio de mujeres, etc. Sin embargo, aunque los inconscientes sean fáciles de controlar, no será por cualquiera; lo mismo que las revelaciones místicas, la aparición de los símbolos en la psique exige interpretaciones múltiples. Únicamente los especialistas están capacitados para llevar a buen puerto el desciframiento del inconsciente. Sólo ellos, los psicoanalistas, están autorizados para operar los agrupamientos de manifestaciones psíquicas que harán surgir el símbolo en su sentido pleno. Y mientras el lenguaje simbólico es extremadamente pobre y esencialmente lagunar, los lenguajes o metalenguajes que lo interpretan se desarrollan, cada uno de ellos, con un fasto, una riqueza, que sólo las exégesis teológicas han igualado.
¿Quién les ha dado a los psicoanalistas su saber? Por ejemplo, Lacan, lo que él llama el "discurso psicoanalítico" y la "experiencia analítica" le "enseñan" lo que sabe. Y cada uno le enseña lo que el otro le ha enseñado. ¿Negaremos (¿y quién por demás?) que Lacan ha adquirido conocimiento "científicamente" en la "experiencia analítica" (una experimentación en cierto modo) de las estructuras del inconsciente? ¿Haremos abstracción irracionalmente de los discursos de los/las psicoanalizados/as tumbados/as sobre el diván? Por lo que a mí respecta no me cabe ninguna duda de que Lacan ha encontrado en el "inconsciente" las estructuras que él dice haber encontrado ya que se había encargado de ponerlas allí con anterioridad. Los y las que no cayeron bajo el poder de la institución psicoanalítica pueden experimentar un inmenso sentimiento de tristeza ante el grado de opresión (de manipulación) que los discursos de los y las psicoanalizados/as manifiestan. Porque en la experiencia analítica hay un oprimido que es el psicoanalizado cuya necesidad de comunicar se explota y que, igual que las brujas no podían antaño más que repetir bajo tortura el lenguaje que los inquisidores querían oír, al psicoanalizado no le queda más elección, si no quiere romper el contrato implícito que le permite comunicarse y del que tiene necesidad, que intentar decir lo que se quiere que diga. Parece que esto puede durar toda la vida. Cruel contrato que obliga a un ser humano a hacer ostentación de su miseria ante el opresor que es directamente responsable de ella y que lo explota económica, política, ideológicamente y cuya interpretación lo reduce a algunas figuras de discurso.
Sin embargo, la necesidad de comunicar que este contrato "consentido" implica ¿sólo puede realizarse en la cura psicoanalítica ("la experiencia analítica" para el experto)? ¿Puede esta necesidad de comunicar realizarse en el hecho de ser curado o "experimentado"? Si creemos los testimonios de las lesbianas, de los hombres homosexuales y de las feministas, en absoluto es así. Todos estos testimonios subrayan el sentido político que reviste en la sociedad heterosexual actual la imposibilidad de comunicar ─de otro modo que no sea con un psicoanalista─ que tienen las lesbianas, los hombres homosexuales y las mujeres. La toma de conciencia del estado de cosas general (no es que uno esté enfermo o necesite cura, es que uno tiene un enemigo) provoca generalmente por parte de los y las oprimidos/as una ruptura del contrato psicoanalítico.
Los discursos que nos oprimen muy en particular a las lesbianas feministas y a los hombres homosexuales y que dan por sentado que lo que funda la sociedad, toda sociedad, es la heterosexualidad, nos niegan toda posibilidad de crear nuestras propias categorías, nos impiden hablar si no es en sus propios términos y todo aquello que los pone en cuestión es enseguida reconocido como "primario". Nuestro rechazo de la interpretación totalizadora del psicoanálisis los lleva a decir que no tenemos en consideración la dimensión simbólica. Estos discursos hablan de nosotros/as y pretenden decir la verdad sobre nosotros/as en un campo apolítico como si hubiera algo significante que pudiera escapar a lo político y como si pudiera haber en lo que nos concierne signos políticamente insignificantes. Su acción sobre nosotros/as es feroz, su tiranía sobre nuestras personas físicas y mentales es incesante. Cuando se recubren con el término generalizador de ideología en el sentido marxista vulgar todos los discursos del grupo dominante, se relegan estos discursos al mundo de las ideas irreales. Se desatiende la violencia material que realizan directamente sobre los y las oprimidos/as, violencia que se efectúa tanto por medio de los discursos abstractos y "científicos" como por medio de discursos de comunicación de amplio espectro. Insisto en esta opresión material de los individuos por los discursos y querría subrayar sus efectos inmediatos tomando el ejemplo de la pornografía.
Sus imágenes ─películas, fotos de revistas, carteles publicitarios en los muros de las ciudades─ constituyen un discurso y este discurso tiene un sentido: significa que las mujeres están dominadas. Los semiólogos pueden interpretar este discurso en lo que tiene de sistemático como dispositivo. Y lo que leen entonces en este discurso son signos que no tienen como función significar y cuya única razón de ser es la de funcionar como elementos de un cierto sistema o dispositivo. Para nosotros/as, sin embargo, este discurso no está separado de lo "real" como sí lo está para los semiólogos. No sólo mantiene relaciones muy estrechas con la realidad social que es nuestra opresión (económica y política). Sino que él mismo es real ya que es una de las manifestaciones de la opresión y ejerce un poder preciso sobre nosotras. El discurso pornográfico forma parte de las estrategias de violencia que se ejercen sobre nuestro entorno, humilla, degrada, es un crimen contra nuestra "humanidad". Como táctica de hostigamiento tiene otra función, la de una advertencia, nos ordena permanecer en fila, marca el paso a aquellas que tuvieran tendencia a olvidar lo que son, apela al miedo. Estos mismos expertos en semiótica de los que hablábamos más arriba nos reprochan confundir, cuando nos manifestamos contra la pornografía, los discursos con la realidad. No ven que este discurso es la realidad para nosotras, una de las facetas de la realidad de nuestra opresión, creen que nos equivocamos en el nivel de análisis.
He puesto el ejemplo de la pornografía porque su discurso es el más sintomático y el más demostrativo de la violencia que se nos hace a través del discurso como en general en la sociedad. Este poder que tiene la ciencia o la teoría de actuar materialmente sobre nuestras personas no tiene nada de abstracto aunque el discurso que produzcan sí lo sea. Es una de las formas de la dominación, su expresión, dice Marx. Yo diría más bien uno de sus ejercicios. Todos los oprimidos lo conocen y han tenido que vérselas con este poder que dice: no tienes derecho a la palabra porque tu discurso no es científico, ni teórico, te equivocas de nivel de análisis, confundes discurso y realidad, sostienes un discurso ingenuo, desconoces esta o aquella ciencia, no sabes lo que dices.
Si los discursos de los sistemas teóricos y de las ciencias humanas ejercen un poder sobre nosotros es porque trabajan con conceptos que nos tocan muy de cerca. A pesar del advenimiento histórico de los movimientos de liberación de las feministas, de las lesbianas y de los hombres homosexuales cuyas intervenciones ya han puesto patas arriba las categorías filosóficas y políticas de estos discursos en su conjunto, estas categorías que fueron puestas en cuestión de este modo brutal no por ello han dejado de ser utilizadas sin examen por la ciencia contemporánea. Las categorías de las que se trata funcionan como conceptos primitivos en un conglomerado de toda clase de disciplinas, teorías, corrientes, ideas, que yo llamaría "el pensamiento heterocentrado" (en referencia al "pensamiento salvaje" de Lévi-Strauss). Se trata de "hombre", "mujer", "diferencia" y de toda la serie de conceptos que se hallan afectados por este marcaje, incluidos conceptos tales como "historia", "cultura" y "real". Y por mucho que se haya admitido en estos últimos años que no hay naturaleza, que todo es cultura, sigue habiendo en el seno de esta cultura un núcleo de naturaleza que resiste al examen, una relación que reviste un carácter de ineluctabilidad en la cultura como en la naturaleza: es la relación heterosexual o relación obligatoria entre el "hombre" y la "mujer". Habiendo planteado como un principio evidente, como un dato anterior a toda ciencia, la ineluctabilidad de esta relación, el pensamiento heterocentrado se entrega a un interpretación totalizadora a la vez de la historia, de la realidad social, de la cultura y de las sociedades, del lenguaje y de todos los fenómenos subjetivos. No puedo sino subrayar aquí el carácter opresivo que reviste el pensamiento heterocentrado en su tendencia a universalizar inmediatamente su producción de conceptos, a formar leyes generales que valen para todas las sociedades, todas las épocas, todos los individuos. Por eso se habla de el intercambio de mujeres, la diferencia de sexos, el orden simbólico, el inconsciente, el deseo, el goce, la cultura, la historia, categorías que no tienen sentido actualmente más que en la heterosexualidad o pensamiento de la diferencia de los sexos como dogma filosófico y político.
Esta tendencia a la universalidad tiene como consecuencia que el pensamiento heterocentrado no puede concebir una cultura, una sociedad en la que la heterosexualidad ordenara no sólo todas las relaciones humanas, sino su producción de conceptos al mismo tiempo que todos los procesos que escapan a la conciencia. Estos procesos inconscientes se tornan, por otra parte, históricamente cada vez más imperativos en lo que nos enseñan sobre nosotros/as mismos/as por medio de los especialistas. Y la retórica que los interpreta, revistiéndose de mitos, recurriendo a enigmas, procediendo por acumulaciones de metáforas, cuyo poder de seducción no subestimo, tiene como función poetizar el carácter obligatorio del tú serás heterosexual o no serás.
En efecto, la sociedad heterosexual está fundada sobre la necesidad del otro diferente en todos los niveles. No puede funcionar sin este concepto ni económica, ni simbólica, ni lingüística, ni políticamente. Esta necesidad del otro diferente es una necesidad ontológica para todo el conglomerado de ciencias y de disciplinas que yo llamo el pensamiento heterocentrado. Ahora bien, ¿qué es el otro diferente si no el dominado? Porque la sociedad heterosexual no es la sociedad que oprime solamente a las lesbianas y a los hombres homosexuales, oprime a muchos otros diferentes, oprime a todas las mujeres y a numerosas categorías de hombres, todos los que están en la situación de dominados. Porque constituir una diferencia y controlarla es "un acto de poder ya que es un acto esencialmente normativo. Cada cual intenta presentar al otro como diferente. Pero no todo el mundo lo consigue. Hay que ser socialmente dominante para lograrlo".
El concepto de "diferencia de sexos", por ejemplo, constituye ontológicamente a las mujeres en otros diferentes. Los hombres, por su parte, no son diferentes. (Los blancos tampoco son diferentes, ni los señores, sino los negros y los esclavos). Ahora bien, para nosotros/as no hay ser-mujer ni ser-hombre. "Hombre" y "mujer" son conceptos de oposición, conceptos políticos. Y dialécticamente la cópula que los reúne es al mismo tiempo la que preconiza su abolición, es la lucha de clase entre hombres y mujeres la que abolirá los hombres y las mujeres. Y la diferencia tiene como función enmascarar los conflictos de intereses a todos los niveles ideológicamente comprendidos.
Esto supone decir que para nosotros/as no puede ya haber mujeres, ni hombres, sino en tanto clases y en tanto categorías de pensamiento y de lenguaje: deben desaparecer política, económica, ideológicamente. Si nosotros/as, las lesbianas, homosexuales, continuamos diciéndonos, concibiéndonos como mujeres, como hombres, contribuimos al mantenimiento de la heterosexualidad. Estoy segura de que una transformación económica y política no desdramatizará estas categorías de lenguaje. ¿Exceptuamos "esclavo"? ¿En qué se diferencia de "mujer"? ¿Vamos a seguir escribiendo "blanco", "señor", "hombre"? La transformación de las relaciones económicas no basta. Hay que llevar a cabo una transformación política de los conceptos clave, es decir, de los conceptos que son estratégicos para nosotras. Porque hay otro orden de materialidad que es el del lenguaje y que está trabajado por estos conceptos estratégicos. Hay otro campo político en el que todo cuanto atañe al lenguaje, a la ciencia y al pensamiento, remite a la persona en cuanto subjetividad. Y ya no podemos dejárselo más al poder del pensamiento heterocentrado o pensamiento de la dominación.
Si entre todas las producciones del pensamiento heterocentrado tomo más particularmente en consideración el estructuralismo y el inconsciente estructural es porque en el momento histórico en el que la dominación de los grupos sociales ya no puede aparecerle a los dominados como una necesidad ontológica porque se revuelven, porque cuestionan la diferencia, Lévi-Strauss, Lacan y sus epígonos apelan a necesidades que escapan al control de la conciencia y por tanto a la responsabilidad de los individuos, como por ejemplo los procesos inconscientes que exigen y ordenan el intercambio de mujeres como una condición necesaria en toda sociedad. Es, según ellos, lo que nos dice el inconsciente con autoridad, y el orden simbólico depende de él, sin lo que no hay sentido, ni lenguaje, ni sociedad. Ahora bien, qué quiere decir que las mujeres sean intercambiadas sino que están dominadas. No hay, por consiguiente, que asombrarse de que no haya más que un inconsciente y de que sea heterosexual, es un inconsciente que vela demasiado conscientemente por los intereses de los señores que habita como para que se les arrebate con tanta facilidad. Por otra parte, la dominación es negada, no hay esclavitud de mujeres, hay diferencia. A lo que yo respondería con esta frase de un campesino rumano en una asamblea pública en la que era diputado en 1848: "Why do the gentlemen say it was not slavery, for we know it to have been slavery, this sorrow that we have sorrowed?" (¿por qué los señores dicen que no fue esclavitud, porque sabemos que lo fue, esta pena que hemos penado?). Sí, lo sabemos, y esta ciencia de los oprimidos no se nos puede arrebatar.
Desde aquí es desde donde hay que rastrear el va-de-suyo heterosexual y, parafraseo al primer Roland Barthes, "no soportar ver la Naturaleza y la Historia confundidas a cada paso", hacer aparecer brutalmente que el estructuralismo, el psicoanálisis y particularmente Lacan han llevado a cabo una rígida mitificación de sus conceptos, la Diferencia, el Deseo, el Nombre-del-Padre, incluso han sobremitificado los mitos, operación que les ha sido necesaria para heterosexualizar sistemáticamente lo que aparecía de la dimensión personal en el campo histórico por mediación de las personas dominadas, en particular las mujeres que han entrado en lucha hace más de un siglo. Y sistemáticamente se ha venido haciendo esto en un concierto de interdisciplinariedad que nunca ha sido tan armonioso como cuando los mitos heterosexuales se pusieron a circular con facilidad de un sistema formal a otro como valores seguros en los que se puede invertir tanto en antropología como en psicoanálisis, como, por otra parte, en todas las ciencias humanas.
Este conjunto de mitos heterosexuales es un sistema de signos que utiliza figuras de discurso y por tanto puede ser estudiado políticamente desde la ciencia de nuestra opresión "for-we-know-it-to-have-been-slavery", dinámica que introduce la diacronía de la historia en el discurso fijado de las esencias eternas. Este trabajo debería ser en cierto modo una semiología política.
Durante este tiempo, en sistemas que parecían tan universales y eternos —humanos en cierto modo—, que se podían deducir de ellos leyes con las que atiborrar los ordenadores y en todo caso, por el momento, la máquina inconsciente, en esos sistemas se operaron, gracias a nuestra acción y a nuestro lenguaje, deslizamientos. Un modelo, como por ejemplo el intercambio de mujeres, desfonda la historia de forma tan brutal y violenta que el sistema que se creía formal bascula hacia otra dimensión de conocimiento. Esta dimensión nos pertenece ya que hemos sido designadas allí en cierto modo. Y porque, como dice Lévi-Strauss, hablamos, decimos y no tememos que nuestras palabras sean desprovistas de sentido, digamos que rompemos el contrato heterosexual.
Pues bien, esto es lo que las lesbianas dicen un poco en todas partes por este país, si no con teorías, al menos en su práctica social cuyas repercusiones en la cultura heterosexual no se pueden adivinar aún. Un antropólogo dirá que hace falta esperar cincuenta años. Sí, para universalizar los funcionamientos de una sociedad y extraer de ella sus invariantes. Mientras tanto, los conceptos heteros se desgastan. ¿Qué es la mujer? Zafarrancho general de la defensa activa. Francamente es un problema que no tienen las lesbianas, simple cambio de perspectiva, y sería impropio decir que las lesbianas viven, se asocian, hacen el amor con mujeres porque la-mujer no tiene sentido más que en los sistemas de pensamiento y en los sistemas económicos heterosexuales. Las lesbianas no son mujeres.
(Traducción al castellano: el bollo loco)